¿Somos conscientes de nuestra fragilidad?

Eduardo Doménech Martínez

Catedrático de Pediatría de la ULL (jubilado)

El pasado 28 de abril, entorno a las 12.30 hrs. (hora peninsular), se produjo un apagón en la península que duró hasta las 22 horas para casi todo el país, y más de 24 horas para que funcionase con normalidad el suministro eléctrico en toda la península ibérica. En Tenerife, fue el 29 de septiembre de 2019, cuando sufrimos en toda la isla un apagón que duró unas nueve horas, por lo que pudimos apreciar lo que estaban pasando nuestros conciudadanos.

No voy a entrar en la polémica sobre las causas y si se hubiera podido prevenir porque carezco del conocimiento necesario para ello, pero sí me voy a centrar en los sentimientos que despertó en mí.

La realidad es que en Canarias no se fue la luz, por eso,  cuando me llamaron familiares y amigos de Valencia para preguntarme si también nos había afectado, me sentí aliviado; pero cuando los sistemas de almacenamiento de electricidad se agotaron,  también se afectaron las telecomunicaciones y esto sí que nos afectó de diversa manera según la plataforma que tuviéramos contratada. A medida que pasaban las horas, más insoportable me resultaba estar incomunicado y me embargó una sensación de fragilidad e impotencia que, solo desapareció, cuando se restableció internet. 

Reflexionando sobre ello y, teniendo en cuenta que sí había tenido luz, concluí que posiblemente lo ocurrido se debía a varios factores: uno de los más destacados, fue que había empatizado con lo que les afligía a nuestros conciudadanos y oíamos por la radio. El hecho de haber vivido una experiencia similar en 2019, fue la clave,  pero puedo confesar que, en esta ocasión, la afección anímica fue mayor.  A esto hay que sumarle la experiencia negativa experimentada con el el aislamiento consecuencia de la pandemia por la COVID-19 y, en ambos casos, he tenido conciencia de mi fragilidad e impotencia.

Por ello, y para ver si había sido normal mi comportamiento, he realizado una búsqueda por internet y he encontrado que los apagones pueden tener diversas consecuencias negativas para la salud mental que varían en función de la duración, frecuencia y la vulnerabilidad individual de cada persona. Algunas de las principales consecuencias incluyen:

Aumento del estrés y la ansiedad: La incertidumbre sobre cuándo volverá la electricidad, la interrupción de las rutinas diarias, la dificultad para realizar tareas básicas como cocinar o trabajar, y la sensación de inseguridad pueden generar altos niveles de estrés y ansiedad. La falta de información clara sobre la situación puede exacerbar estos sentimientos.

Alteraciones del estado de ánimo: Los apagones prolongados pueden llevar a sentimientos de frustración, irritabilidad, tristeza e incluso depresión. La imposibilidad de realizar actividades placenteras, la sensación de aislamiento por la falta de comunicación (internet, televisión), y la alteración del descanso pueden contribuir a un estado de ánimo negativo.

Problemas de sueño: La falta de luz, especialmente durante la noche, puede perturbar los patrones de sueño, causando insomnio o un descanso de mala calidad. En climas cálidos, la falta de ventilación puede agravar este problema. La privación de sueño, a su vez, puede intensificar los problemas de salud mental.

Sentimientos de inseguridad y miedo: La oscuridad puede aumentar la sensación de vulnerabilidad y generar miedos, especialmente en niños y personas que viven solas. La preocupación por la seguridad personal y la de los seres queridos puede ser significativa.

Dificultad para concentrarse y disminución de la productividad: La interrupción de las actividades diarias y la preocupación por la situación pueden dificultar la concentración y disminuir la productividad en el trabajo o los estudios.

Aislamiento social: La falta de electricidad puede limitar la comunicación con familiares y amigos, especialmente si se depende de internet o teléfonos fijos. Esto puede llevar a sentimientos de soledad y aislamiento.

Reactivación de traumas previos: Para personas que han experimentado situaciones traumáticas en el pasado, como desastres naturales o periodos de escasez, un apagón puede reactivar recuerdos y generar una angustia significativa.

Mayor vulnerabilidad en poblaciones específicas: Niños, ancianos, personas con problemas de salud preexistentes (tanto físicos como mentales) y personas dependientes de equipos médicos que funcionan con electricidad son especialmente vulnerables a los efectos negativos de los apagones en su salud mental y bienestar general.

Al repasar dichos ítems, pude comprobar que me sentía identificado con casi todos, salvo que no tuve mayores problemas de sueño que los propios de mi edad y la disminución de productividad, que como jubilado no me afectaba. Por otro lado, la falta de información clara sobre las causas, transcurridos ya cinco días, hace que crea que se puede repetir y ello me sigue causando inquietud.

Es importante destacar que la resiliencia individual y el apoyo social juegan un papel crucial en cómo las personas afrontan estas situaciones. Contar con redes de apoyo sólidas y estrategias de afrontamiento saludables puede mitigar el impacto negativo de los apagones en la salud mental. 

A este respecto recientemente se publicó en la revista ‘Mental Health’, un estudio llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Curtin (Australia) que planteaba la hipótesis de que cuanto mayor sea la frecuencia con la que se adoptan conductas protectoras de la salud mental, mayor será el nivel de bienestar mental.

Según dicho estudio, los comportamientos protectores identificados fueron: visitar a la familia; pasar tiempo en la naturaleza; participar en actividad física; reunirse con amigos o compañeros de trabajo; asistir a eventos comunitarios; contacto con grupos informales/formales; asistencia a grandes eventos públicos; realizar actividades desafiantes; influencia de la religión; participación en grupos relacionados con una causa; voluntariado; realizar actividades que requieran pensar o concentrarse y otras de tipo espiritual; hablar o chatear con personas fuera del hogar, incluso en línea; y ayudar a otras personas. Concluía que, cuando se apoya y anima a las personas a adoptar comportamientos mentalmente saludables, los beneficios se pueden sentir en toda la comunidad.

Espero que mis reflexiones les sea de interés.