EL TURRÓN CANARIO “DEL PAÍS”: HISTORIA DULCE DEL ARCHIPIÉLAGO

En el corazón de las tradiciones populares de Canarias hay sabores que no solo deleitan, sino que cuentan historias. Uno de ellos es el conocido turrón del país, también llamado turrón típico del país, turrón de fiesta o turrón artesano canario. Un dulce que, a pesar de compartir nombre con sus parientes peninsulares de Jijona y Alicante, ha desarrollado identidad propia en Gran Canaria, donde se convirtió en emblema de ferias, romerías y celebraciones tradicionales.

Históricamente se cree que el turrón surge en la Península Ibérica durante el siglo XVI, con influencia clara de la gastronomía árabe, rica en dulces de frutos secos, miel y especias. Los árabes fueron maestros en la elaboración de alimentos duraderos, útiles en tiempos de guerra o escasez, y sus conocimientos se integraron a la cocina mediterránea tras siglos de convivencia en la península.

La palabra “turrón” proviene del verbo latino torrere, que significa “tostar”. Se refería al proceso de dorar almendras o avellanas para luego mezclarlas con miel y azúcar. En épocas de asedio o carestía, estas combinaciones de alta energía y larga conservación resultaban esenciales. De ahí nació este dulce que, con el tiempo, se sofisticó y se diversificó en toda España.

LA VARIANTE CANARIA: PRODUCTO DE LA TIERRA Y DE LA GENTE

Sin embargo, el turrón que se elabora en Canarias poco tiene que ver con el alicantino. A finales del siglo XIX, en barrios como San José y San Nicolás de Las Palmas de Gran Canaria, comienza a forjarse una tradición propia, impulsada por dulceros que adaptan los recursos locales y los gustos del pueblo a una receta heredada, pero transformada.

No existen registros exactos de los pioneros, pero los nombres de Manolito, Dominguito y Juan Peralta resuenan en la memoria oral de los barrios como los primeros artesanos conocidos. Ellos no solo elaboraban turrones para el consumo doméstico o familiar, sino que comenzaron a venderlos en puestos ambulantes durante las fiestas populares, creando una relación inseparable entre el turrón y la celebración.

A estos nombres se suman otros, como el del conocido “Jiribilla”, o Juana Rodríguez Santana, “La Moyera”, oriunda de Moya pero radicada en Arucas, cuya receta se hizo famosa por su textura blanda y sabor intenso. También destacan Barbarita, que introdujo una versión con leche, y Pancho Ramírez, quien aprendió el oficio en Teror y lo transmitió con maestría a nuevas generaciones.

La receta Tradicional

El turrón del país tiene ingredientes humildes, pero su combinación es exquisita. Se elabora principalmente con azúcar, claras de huevo batidas a punto de nieve, almendras enteras tostadas, ralladura de limón, canela, matalahúva (anís en grano) y pan bizcochado rallado. La mezcla se coloca sobre una base de galletas rectangulares y se cubre con otra capa de galleta, formando una tableta densa y fragante.

Este turrón, a diferencia del duro de Alicante o el blando de Jijona, tiene una consistencia más blanda pero sólida, no empalagosa, y un sabor donde las notas cítricas y especiadas se mezclan con el dulzor equilibrado. En las últimas décadas, han surgido variantes con gofio, miel de palma o plátano, reflejo de la creatividad canaria y el uso de ingredientes autóctonos.

A día de hoy, resulta imposible imaginar una fiesta patronal, romería o feria insular sin los puestos multicolores donde se venden turrones artesanos. El turrón del país no solo es un dulce: es un símbolo. Su envoltorio tradicional, muchas veces decorado a mano, y su venta en ferias con sombrillas de colores, lo convierten en un producto ligado a la memoria colectiva.

Durante generaciones, su elaboración ha pasado de padres a hijos, de maestras dulceras a jóvenes aprendices. Muchos de estos productores, descendientes directos de los primeros artesanos, continúan vendiéndolo en los mismos puestos donde lo ofrecían sus abuelos, con el mismo esmero y la misma receta.

La riqueza cultural del turrón del país ha sido reconocida por diversas iniciativas, tanto institucionales como populares. En el portal educativo del Gobierno de Canarias, el turrón de fiesta aparece listado como una tradición gastronómica de relevancia cultural, vinculada a la historia social de las islas y a su identidad culinaria. Puedes consultar más información aquí.

Este tipo de reconocimiento es clave para preservar oficios tradicionales que, aunque no masivos, sostienen la diversidad cultural frente a la homogeneización industrial. El turrón canario no busca competir con grandes marcas ni exportarse en masa; su valor está en lo local, en lo auténtico, en lo hecho a mano.

El turrón del país es una historia viva, tejida a través de los siglos con manos de artesanos y paladares agradecidos. Es una receta que no necesita artificios, ni cambios radicales para seguir vigente. Cada bocado es una conexión con el pasado, con la tierra, con la fiesta.

En un mundo donde cada vez más productos pierden su vínculo con el lugar que los vio nacer, el turrón artesano canario resiste, celebrando su origen en cada romería, en cada feria, en cada reunión familiar.

Y es que, como dicen en las islas, sin turrón, no hay fiesta.