Juan José Laforet
El Carnaval es una fiesta ansiosamente esperada cada año y vivida con enorme ilusión en muchos y diferentes lugares de Canarias. Un sentir que expresaba la poetisa grancanaria Josefina de la Torre cuando recordaba como “cuando el Carnaval se acercaba, todos vivíamos en un continuo repasar los días: uno. Dos, tres, cuatro, hasta el día señalado. Nos hablábamos en silencio, misteriosamente. Ya en la víspera, nos mirábamos temblorosos, deseando gritar, dar saltos, pero recogidos en el deseo. Nos acostaban muy temprano, después de preparar el disfraz sobre una silla, y nos dormíamos muy tarde con un sueño agitado, llenos de saltos de carnaval”. Una celebración que es mucho más que una fiesta, pues constituye un verdadero hito socio-cultural e identitario de muchas poblaciones y culturas diversas. Una celebración muy antigua que evolucionó con el paso del tiempo, se extendió por los más dispares lugares del mundo y se amoldó a cada época y a muy diversas expresiones culturales. Pero, en realidad, ¿de donde proviene, cuales son los orígenes que afectan al Carnaval que se vive y se disfruta en un entorno como el de Gran Canaria?
Al igual que algunas otras celebraciones muy arraigadas en el calendario anual, como la Navidad o la Semana Santa, sus orígenes pueden ser muy diversos y distintos, encontrándose precedentes en diferentes civilizaciones de la antigüedad. Así, sea señalado como “antes de la cristianización del Imperio Romano, esta sociedad creía en una serie de dioses que protegían distintos ámbitos de la vida, entre ellos Saturno o Baco, y organizaban en honor a ellos una serie de fiestas desenfrenadas y llenas de excesos relacionadas con el fin de la siembra de invierno, el equinoccio de primavera y la fertilidad de un nuevo ciclo. En ellas se hacían grandes banquetes y bailes, usando disfraces o máscaras que adornaban la celebración”. Orígenes y motivos muy distantes y diferentes, pero que pueden ayudar en una reflexión sobre los orígenes, motivos y situaciones que arropan e impulsan las celebraciones actuales.
Entre los distintos eventos y ceremonias que cuajaron y se asentaron en Las Palmas de Gran Canaria, y con ella en toda la isla poco a poco, se encuentra el Carnaval, una fiesta que podemos hoy considerar aquí como un auténtico mestizaje de la alegría, pues aunque en la actualidad se perciba con una imagen y un ambiente propio, un carácter netamente isleño y puedan considerarse como propias muchas tradiciones y costumbres, que perviven incluso en la intimidad más familiar de estos festejos, la realidad es que todo se asienta en un proceso de acogida, de aceptación y de asimilación-adecuación de elementos procedentes de muy diversas latitudes de la cultura mediterránea, e incluso del reflujo que provino de América, siglos después del descubrimiento y poblamiento del Nuevo Mundo, en el que los isleños tuvieron, y tienen hoy, una especial presencia.

Este brillante Carnaval que señala a Gran Canaria ante los ojos del mundo entero, como una “isla de carnavales señeros” que vale la pena vivir y compartir (aunque aún hay mucho que corregir , que mejorar, que añadir o que quitar; como en toda obra humana), no es algo nuevo, un invento de ayer para hoy, sino que se asienta en una hermosa tradición que recorre casi al completo los cinco últimos siglos de la historia insular, desde aquel siglo XVI en el que el carnaval italianizante y sus formas nos llegaron a través de las familias de aquel país asentadas aquí. Será en fechas tan tempranas para la historia insular como la de 1574, según han recogido autores como Néstor Álamo o la investigadora e historiadora Aurina Rodríguez, cuando se tengan ya referencias, a través de documentos episcopales y de la Inquisición, de fiestas carnavaleras, como el baile de máscaras y disfraces que se celebró con motivo de festejar el matrimonio de Matías Cairasco, con concurrencia masiva que se tornó en trifulca con espadas desenvainadas. Con este propósito el escritor Orlando Hernández señaló que “fue la primera noche de un Carnaval con memoria para siempre, mientras en la monacal Vegueta, las serpientes de los disfraces parecían retazos de estrellas, perdiéndose en la salmuera gloriosa de las callejuelas. El Carnaval había nacido para siempre en Gran Canaria”.

Luego siglo tras siglo, siempre influenciado por los ciclos económicos, las modas y gustos propios e importados y hasta por los acontecimientos políticos, el Carnaval grancanario atravesó muy diferentes etapas, aunque se mantuvo siempre vivo y activo en su raíz popular. De los salones y saraos del XVII y XVIII, sin olvidar los grandes festejos con juegos de toros y caballos, carrozas y mascaradas, luminarias y bailes que fueron famosos en la Plaza de Santa Ana y sus aledaños, o la introducción de elementos que luego fueron propios del Carnaval, entre ellos los “gigantes y cabezudos”, a través de festividades como la del Corpus donde estos monigotes tenían lugar señalado junto a la “tarasca” del bien y del mal. Ya a mitad del XIX el Carnaval cobra un nuevo esplendor en las calles de Las Palmas de Gran Canaria, que se mantiene hasta que son suspendidos estos festejos a partir de 1937; de todas aquellas celebraciones y vivencias carnavaleras, que tuvieron un enorme reflejo en la prensa de la época, como el inserto publicitario dado por el periódico “La Correspondencia” el 31 de enero de 1880, que decía: “Anuncio carnavalesco/ que es al paladar muy grato :/ ¡a lo bueno! ¡a lo barato!/ ¡a lo rico y a lo fresco!/ Ya llegan los Carnavales,/ y el que quiera ser feliz/ y a la espalda echar sus males,/ venga con algunos reales/ al almacén de El País”, retomaría las célebres “batallas de flores”, que tanto señalaron al Carnaval grancanario.
Pero ayer, hoy y siempre, el carnaval será algo espontáneo, propio de cada uno, de su familia, de su círculo de amistades, de su barrio, donde surja la sábana y el disfraz de elaboración propia, las tortitas de carnaval y las pandas de música disfrazadas que recorren las calles y pueblos solicitando huevos para su fabricación, el: “ ¿me conoces mascarita?”, donde se entone la vieja copla popular, parodia de un conocido villancico, que recordara el alcalde y escritor Juan Rodríguez Doreste en su pregón carnavalero de 1982, en la que se señala cada año como “El Carnaval se nos viene, / el Carnaval se nos va, / el que viste de máscara / contento se quedará”, pues todo ello contribuye a resaltar la honda inserción que el Carnaval tiene en los usos, costumbres e inquietudes de los grancanarios, modo de ser y de sentir que siempre ha sido y es contagioso para cuantos visitan esta Isla.