María Doménech y Juan Carlos Mateu
Pedro de San José de Bethencourt, el Hermano Pedro, nacido en Vilaflor (Tenerife) en 1626, fue canonizado el martes 30 de julio de 2002 por el Papa Juan Pablo II en el Hipódromo de Ciudad de Guatemala ante una multitud de 750.000 personas. La ceremonia duró dos horas y media, y contó con una importante delegación de las Islas formada por 400 personas encabezadas por el obispo de Tenerife, Felipe Fernández y el titular del Cabildo, Ricardo Melchior entre otros. En el transcurso de la misa, concelebrada por más de 700 sacerdotes procedentes de todos los países centroamericanos y del propio Archipiélago, el Sumo Pontífice pronunció la fórmula de canonización: “Después de haber reflexionado largamente, invocado muchas veces la ayuda divina y oído el parecer de numerosos hermanos del episcopado, declaramos y definimos Santo al Beato Hermano Pedro de San José de Bethencourt y lo inscribimos en el catálogo de los santos”. Eran las 16:42 minutos (hora canaria), y en ese instante comenzaron a repicar las campanas de la iglesia de Vilaflor, que de inmediato fueron secundadas por todos los campanarios de la Isla en señal de júbilo. Juan Pablo II destacó en su homilía “la profunda oración del Hermano Pedro tanto en su tierra natal, Tenerife, como en todas las etapas posteriores de su vida”.
Uno de los momentos más emotivos de la ceremonia religiosa se produjo al tomar la comunión el joven Adalberto González, de 22 años, cuya curación en julio de 1985 sirvió como documento del milagro necesario para la canonización. “Bertito” superó un cáncer de intestino cuando tenía cinco años por el efecto atribuido a unos rezados realizados con una reliquia del Hermano Pedro. “Sólo me acuerdo que cuando me pasaban la reliquia por la barriga, me aliviaba”, confesó el día antes de la ceremonia. Según el médico que atendió al niño, Rafael Ramos Prats, “cuando abrimos para operar su intestino estaba lleno de tumores; quince días después, volvimos a abrir y la mejoría era sorprendente”.
El Hermano Pedro desarrolló gran parte de su labor en Antigua (Guatemala), adonde llegó en 1651. Allí comenzó la obra que le llevaría a los altares. Dedicó todo su esfuerzo a impulsar la asistencia social a los más necesitados y completó la labor humanitaria de los Hermanos de San Juan de Dios. Fundó la Orden Bethlemita, dedicada a la atención de los pobres que enfermaban. Falleció cuando tenía 41 años. Su canonización paralizó Guatemala y concitó la atención de la comunidad católica de todo el mundo.