Por Juan José Laforet.
Gran Canaria recuerda y conmemora cada año en los últimos días de junio y primeros de julio el ataque del almirante holandés Pieter Van der Does –que también era general de artillería y los suyos solían llamarle “el general”-, la toma de la capital grancanaria y su posterior derrota y expulsión en lo que se ha dado en conocer como “La Gesta del Batán”, sucesos a los que Cairasco de Figueroa se refirió señalando como “así será vencida la victoria”. Una efeméride que incidió en mucho tanto en el devenir de la historia insular, como en el imaginario de los isleños, y que para el prestigioso e inolvidable profesor Rumeu de Armas “…fue sin duda el hecho político, militar y naval más importante ocurrido a lo largo de toda la historia de Canarias…”, algo que hizo constar en abril de 1999, en la conferencia inaugural del “Coloquio Internacional Canarias y el Atlántico” en la Casa de Colón.
Durante siglos la isla en su conjunto y su capital en particular, ya entonces la Muy Noble Ciudad Real de Las Palmas, han sido conscientes de cómo hubo un antes y un después de aquellas terribles jornadas acontecidas, hace ahora 426 años, tras las primeras alarmas dadas por los vigías de La Isleta al amanecer del sábado 26 de julio de 1599, cuando el almirante Van der Does recalaba en la bahía con una armada integrada por 73 navíos de guerra en los que viajaban 12.000 hombres, 8.000 de ellos tropas de desembarco. Toda una verdadera potencia naval y de guerra para la época, y en especial para una ciudad que, según datos que recogió el ingeniero Leonardo Torriani, apenas contaba con unos 800 hogares y una población entorno a los 5.000 vecinos –toda la Gran Canaria casi no llegaba a los 15.000 habitantes-
Sin embargo, la reacción de los grancanarios fue inmediata, y a las compañías de milicias se unieron todas las personas útiles para empuñar cualquier tipo de armamento y hacer frente a tan poderoso invasor –incluido el Sr. Obispo, Francisco Martínez de Cenicero, los canónigos, entre ellos el primer gran poeta canario Bartolomé Cairasco de Figueroa, y sus sirvientes-, mientras el resto de la población se retiraba al interior de la isla, para poner a salvo sus vidas y aquellos bienes que pudieran transportar por caminos aún difíciles para el tránsito.


Fueron días duros y heroicos en los que el sacrificio de unos pocos salvó a la mayoría, y permitió la futura victoria grancanaria, trascendental para el conjunto de España, dado que se trataba de una armada formada para atacar las armadas de Indias y cercenar gravemente los intereses de este país. Y es que, como señaló el prestigioso articulista Francisco Sanz Cagigas, en agosto de 1950, “… la reacción iracunda de los canarios obligó a Van der Does a abandonar a regañadientes la rica presa”
Dirigidas valiente y eficazmente por el Gobernador Alonso de Alvarado, que moriría el 28 de agosto siguiente en Santa Brígida, a consecuencia de las heridas recibidas en la defensa de la ciudad en la muralla norte, la que discurría entre el castillo de Santa Ana y el de Mata, desde entonces verdadero altar de martirio y heroicidad para los grancanarios, recordado por un hermoso monumento diseñado por el prestigioso artista grancanario Santiago Santana, que el Cabildo de Gran Canaria encargó en 1963, como uno de los actos conmemorativos del cincuentenario de su fundación, y enclavado junto al Castillo de Mata recordando el lugar donde se levantaba la sagrada muralla isleña, pero en la actualidad reubicado en unos jardines que se han abierto en el antiguo barranquillo de las Cuevas del Provecho, en la trasera de la fortaleza, y por su lugarteniente Antonio Pamo Chamoso, el sábado 3 de julio las fuerzas isleñas, en el ámbito del Monte Lentiscal y de algunos otros lugares colindantes, logran frenar el avance de una poderosa columna de casi un millar de soldados holandeses, y la hacen regresar a la ciudad tras sufrir numerosas bajas, lo que empujará a Van der Does a tomar la decisión de abandonar la isla, no sin antes saquear la población e incendiar muchos de sus más notables y principales edificios. Una proeza conocida después genéricamente con el nombre de “La Gesta del Batán”, de la que guarda el fuego sagrado de su memoria el Regimiento de Infantería Canarias Nº 50, que lleva por ello el sobrenombre de “El del Batán”. Esa refriega y su desalojo de Gran Canaria fue el principio del fin de Van der Does que moriría en octubre siguiente en el transcurso de su navegación hacia el Caribe, donde esta armada se desharía completamente. Como señaló el propio Rumeu de Armas en su lección inaugural del mencionado congreso, la moraleja de aquellos hechos, que hoy es aún válida ante otras muchas situaciones, “…es que una resistencia eficaz puede llevar a la victoria incluso cuando se está en minoría, por mucha desventaja que se tenga”.
